viernes, 8 de enero de 2016

3. El momento quebrado.

Cuando alguien nos arrebata la soledad sin lograr que nos sintamos acompañados, alejando así el momento de paz que habíamos logrado, debemos ser conscientes de que, al guardar silencio, no haciéndole saber que las puertas estaban cerradas, somos en parte cómplices del malestar que se instala en nuestro ser, quebrantando de ese modo la reconciliación con nosotros mismos y, por consiguiente, también con el propio mundo. Si somos incapaces de sincerarnos con el "intruso" debido al conflicto social que ello supondría, quizás debiéramos dulcificar la mirada y dejar de explicar con los gestos, insolentes, y no siempre claros de interpretar, aquello que no tenemos valor de hacer con la palabra. Seamos indulgentes, al menos ante los bienintencionados, no olvidemos que, en ocasiones, podríamos ser nosotros quienes arrebatamos la soledad a otros aun haciéndoles sentirse no del todo acompañados. No siempre abrimos los ojos tanto como creemos.

   Imagen extraída de Modestino.blogspot.com

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