viernes, 8 de enero de 2016

4. Torres de ilusión.

Amarga es la mirada de aquéllos que, aun estando vacíos, insisten en mostrarse plenos y dignos de admiración, ignorando que es en sus tristes ojos, los mismos que tratan de hacer brillar, donde cae gran parte del peso de los sueños de un lejano pasado, que, una vez rotos, se precipitan a las abisales honduras de la nada, arrastrando consigo ilusiones que ya nunca serán satisfechas. Y qué son los ojos, sino ventanas por las que, oculta tras el velo de la inquietud, se asoma el alma, que busca anhelante cualquier esperanza con la que domar a la razón, siempre dispuesta a abrazar la verdad, convencida de que sólo una hay, una verdad que al alma incomoda, pues la desnuda y la hace menguar, cuando lo que desea es resplandecer, aun a sabiendas de que sólo con los putrefactos hilos de la mentira y la traición será confeccionado el traje que más hermosa la volverá a ojos ajenos, a los que sólo permitirá admirar su vana grandeza, nada más, pues de barro son los cimientos sobre los que erige su larga y hermosa torre, ignorando que sólo el sol y las estrellas resplandecen por siempre y son inalcanzables. Pero todo es finito, más aún lo que sobre falsedades se construye. La singular torre acabará por desmoronarse a sí misma a causa de las vanidades y la negación de la realidad, armando tal estrépito que perdurará por siempre en el recuerdo del alma que siempre quiso resplandecer, aun en el negro anochecer. Sólo ruinas quedarán allí donde murieron los sueños de aquellos que no supieron dejar de mirar atrás y que, aun así, pretendían brillar. 

   Imagen extraída de pinterest.com

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